lunes, 27 de octubre de 2014

PRESENTACIÓN

Las flores del mal: El Infierno se hizo Verbo
De todos es sabido que en el jardín infernal brotan con esplendor y frenesí las flores maléficas, y que cada quien, en alguna ocasión, ha portado para sus mejores galas y escenificaciones una rosa perversa (o un clavel luciferino) en el ojal, como queriendo objetivar en un emblema o distintivo su capacidad maligna y poder actuar, así, a sus anchas en su ruedo de azufre (¿acaso no desprenden un aroma sulfuroso nuestras miradas? ¿Nunca hemos sentido, pequeños caínes, el deseo de matar a alguien? ¿Aunque sólo fuera el deseo? ¿No hay amores que matan?).

Existe el Bien porque existe el Mal, y si respira el Mal es porque el Bien vive. Esta es la cuestión que plantea Vóland, el Satán disfrazado que protagoniza la novela El maestro y Margarita de Mijail Bulgákov, para justificar la existencia del Diablo. En esta galería de demonios (En nuestro cerebro bulle un pueblo de Demonios dirá Baudelaire) caben tanto las imaginaciones fantásticas como las representaciones humanas, muy humanas, de la maldad. Puede ser el simple dios burgués del Tedio, rateros que hurgan en los cementerios, borrachos homicidas, el Esposo infernal, un animal o muchos casos más (incluido usted mismo, piense).


Siempre podría objetarse, también en cuestión de refranes, que si Haz el bien y no mires a quién, así mismo podría decirse Haz el mal y no mires a cuál. En cualquier caso, los dos ejemplos anteriores parecen confirmar que, en lo tocante al bien y al mal, la cuestión es cosa de ceguera (pues, en ambos casos, conviene no mirar). Aunque el filósofo existencialista Jean Paul Sartre no opinaría lo mismo, pues L´enfer, c´est les autres. Y como todo texto que se precie ha de incluir la paradoja, ¿adivinan qué elemento tortura a Satanás en el centro del Infierno según Dante? ¿Fuego o hielo?

OTRA VEZ UN NUEVO CURSO

Bienvenidos jóvenes, pasen, están en la casa de los libros (que, si no son leídos, palidecen. Así que enciéndanlos con la mecha de su mirada y, sobre todo, su comprensión). Ya sé que habrán reparado, como atentos lectores, en la paradoja del título de la presentación: ¿lo nuevo puede suceder otra vez? ¡Claro! De este modo acontece con los clásicos, cada vez que los leemos, renacen.

No vamos a hablarles de concursos y premios (haberlos, haylos) en los que, en cualquier caso, pueden participar durante cada uno de los trimestres; ni de su formato (texto, música, vídeo, dibujo…), sino de la necesidad de que ese incendio silencioso, ese bosque universal de las palabras, encuentren su cauce (pues también los libros son ríos de emoción, reflexión y acción) en ti mismo, lector, y puedan despertar a ese otro tú adormilado que siempre va contigo.

Hablemos del INFIERNO, que es el tema de este primer trimestre. Porque si, desde pequeños, nos educan para el Bien, ¿qué ocurre con el Mal? Inevitablemente sucede. Y ésta es únicamente una cuestión moral. Supondrán ustedes, podrán imaginar, que el Mal es un ente metafísico muy real (e histórico), que podemos encontrarlo en ese suculento plato de callos, aderezado en el disimulado sabor de este o aquel veneno, con el que se dispone a almorzar por última vez.


El Infierno puede ser virtuoso, placentero o compasivo, no sólo maligno. Las páginas de la selección de textos (Las Flores del Mal: Y el Infierno se hizo Verbo) constituyen un recorrido fértil y sabroso por los senderos de lo prohibido (esa madre severa, aburrida y moral). Disfruten, por qué no, bañándose en las aguas de la maldad, olviden aquello de Vade retro…